viernes, 4 de noviembre de 2011

Pasado y futuro


La realidad que nos rodea puede verse de diferentes maneras según quién seamos o en qué situación estemos: el enfermo puede hallarse en el centro de un torbellino que arrastra a los suyos hacia la desazón; el filósofo no dejará de cuestionar la enorme estructura que hemos creado; el pesimista sólo verá la parte más oscura de la humanidad... Pero aun contemplando la vida desde varios colores, suele aceptarse tal y como es, porque la mayoría, al llegar a la edad adulta, se habitúa; deja de sorprenderse ante lo que ve, de juzgar.

Paseaba cerca de un parque en obras, cuando una chica pasó cerca de mí; iba en bicicleta mientras charlaba por un móvil. El aparato parecía una extensión de su cuerpo, y lo usaba sin emoción, mecánicamente. En mis tiempos, lo más parecido que tenía yo a eso era un Walkie Talkie antediluviano, le faltaba su pareja; pero me lo pasaba en grande con él, porque podía captar conversaciones ajenas, algunas de las cuales fueron sorprendentes. Sin embargo, el tiempo pasa, y lo que antaño era de una calidad superior, es hoy rudimentario; y así seguirá hasta llegar a parajes que ahora sólo podemos imaginar, todo en medio de un entorno cada vez más tecnológico y envolvente. A simple vista no parece un desastre, sino todo lo contrario: es la evolución de una sociedad que todavía es un niño aprendiendo a madurar. A pesar de ello, pienso que la humanidad podría perder el rumbo si se olvida de sus orígenes, de los primeros peldaños que el logos ha ido colocando hasta hoy.

Recuerdo las numerosas historias que escribí en la adolescencia, en aquella época, mi profesor de lengua y literatura me pedía relatos para la revista del instituto; era un buen tipo: me dejaba leer a Poe en clase, ¿qué más se puede pedir? Un día se me acercó para informarme de que la revista estaba a punto de hacerse, y me puse manos a la obra. Pensé en un futuro utópico, donde los avances científicos le habían dado a la humanidad todo aquello con lo que soñó desde los albores: viajes espaciales, teletransportes, traductores de idiomas insertados en el cerebro...

El protagonista era el dueño de una poderosa corporación, encargada de fabricar libros electrónicos, porque en ese futuro el papel era un anacronismo. Viajaba en una nave de clase superior, no muy grande, lo suficiente para albergar a unos pocos pasajeros. Acompañado sólo de un piloto, se dirigía a un planeta cosmopolita y moderno; allí debía dirimir un trato importante que se produjo por error, debido a la incompetencia de un empleado que ya se encontraba en la calle. Pero algo salió mal, y la nave terminó perdida en medio de un pequeño planeta deshabitado. Como el piloto murió durante el aterrizaje de emergencia, nuestro hombre tuvo que sobrevivir por sí mismo. Durante los primeros meses no le resultó difícil, porque las reservas de la nave estaban intactas; por tanto, disponía de comida, aseo e incluso lectura: varios libros electrónicos.

No era un estúpido, así que mientras tenía esas facilidades que le brindaba la nave, aprovechó para conocer el entorno y determinar qué lugares le servirían para conseguir sustento cuando le faltase. Sabía que el rescate, en caso de producirse, tardaría bastante, ya que el número de planetas aptos para la raza humana en la zona era elevado. Lejos de preocuparse, se encontraba exultante; por primera vez en muchos años volvía a estar en calma, sin nadie que le importunase. Además, la lectura le apasionaba, y sus libros electrónicos reunían un buen trozo de la mejor literatura universal. Leía a menudo Robinson Crusoe, y se compadecía de él, que solamente pudo rescatar del barco unos pocos libros de papel arcaicos.

Sin embargo, el severo hombre de negocios se olvidó de algo esencial, un detalle importante. Quizá debido a que en la tierra ya no existía ese problema: la energía que insuflaba vida a esos neolibros también era limitada.

No publicaron el relato, porque era demasiado extenso, y me vi obligado a empezar desde cero otra historia. Aún lo conservo, escrito con bolígrafo en un folio que se va marchitando cada vez más, igual que nosotros.

3 comentarios:

  1. Releer escritos por nuestro puño de hace tiempo da paso un poco a la melancolía. Tu historia tiene muy buena pinta.

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  2. Muy evocador, Watson.
    Me ha gustado especialmente uno de los primeros párrafos, en que hablas de la escalera que ha ido construyendo el logos (si es que no es precisamente el logos esa escalera). Yo desde la ignorancia (no soy arqueólogo, de momento de eso no hacen FP) vengo pensando desde hace mucho tiempo en que esa escalera sube y baja por igual, con peldaños sueltos y tablones podridos, del mismo modo que el género se somete a la volutio pero no necesariamente a la evolutio (aquí me tomo la revancha del latinajo macarrónico xD).
    Me dan ganas de leer esa historia tuya todavía más extendida... yo me la imagino como una novela corta ^^.

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  3. Odiealex. Por una parte sí que es melancólico, pero por otra también es una manera de ver mejor hacia dónde has ido.

    Pedro. En algunos sitios han cortado esa escalera, y cuando la gente llega a la cima se cae...

    Ahora que lo mencionas, yo tampoco soy arqueólogo, pero creo que me hubiese gustado. Haces bien en estudiar FP, sobre todo si es algo relacionado con la computación, porque seguro que tiene mucha salida.

    Me merezco lo del latinajo sí xD.

    Sí que daría para una novela corta, pero me temo que se va a quedar en un relato jeje. La idea no está mal del todo, pero no me convence. La que escribí después —que se publicó en la revista del instituto— me gusta mucho menos; va del típico cuadro que cobra vida... En fin, de todas formas no viene mal acordarse de vez en cuando de lo que uno ha escrito hace tanto tiempo, en este caso catorce años xD.

    Un saludo a ambos.

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